La situación que atravesaba el Real Zaragoza a estas alturas de la temporada hace justo un año me obligó a abandonar de la noche a la mañana este blog. Fue una especie de mecanismo de autodefensa en el que el aislarme del fútbol en mis días libres me ayudaba a sobrellevar el drama. Ahora me pasa todo lo contrario y he decidido rescatarlo. Mi silencio me impide desahogarme y lo paso peor. Es curioso que la misma situación conlleve comportamientos distintos. Quizás sea porque tenga la ingenua idea de que con un cambio de mis hábitos puedo poner mi granito de arena y ayudar a mi equipo de toda la vida. Y es que yo seré zaragocista hasta la muerte, pero el problema radica en que no está tan claro quién morirá antes.
Así describió Deia el partido del Zaragoza en San Mamés, un reflejo de cómo nos ve en estos momentos el fútbol español: “El cadavérico Zaragoza, un conjunto devastado, un zombie, una calamidad de punta a punta, un libreto sin intención de discutir nada que oliera a fútbol. La muchachada de Bielsa sobresalía varios cuerpos sobre el Zaragoza, que no emitía señales de vida, postrado como estaba en las catacumbas, sin más horizonte que el de sostenerse en la cueva”.
Razón no les falta. Lo que hace unos años me hubiera indignado hasta la saciedad (yo tengo todo el derecho del mundo a criticar a mi equipo pero que los de fuera ni se lo planteen), ahora lo asumo porque es la realidad pura y dura. Siempre me sentiré orgulloso de ser zaragocista y de su historia, que nadie dude de ello, pero es imposible no sentir vergüenza jornada tras jornada porque este equipo no deja de ser una caricatura de lo que éramos, tanto en lo futbolístico como en lo institucional.
El Real Zaragoza es un enfermo en estado crítico que ha dejado de luchar por su vida de forma inconsciente. Ya no se trata de falta de calidad o de tener una de las peores plantillas de la historia del club, sino de que no hay nada a lo que agarrarse. Uno ve al resto de equipos, como por ejemplo el Racing, y se da cuenta de que son muy malos pero no se dan por vencidos. Aunque sea durante cinco minutos, agobian al rival y llegan al área contraria. El Zaragoza no lo hace ni jugando con uno más.
Roberto insta a sus compañeros a que se pongan los vídeos de los partidos contra el Espanyol, el Villarreal o la Real Sociedad para que se den cuenta de que son capaces de ganar partidos y no ser meros zombies que deambulan por el campo. El típico si antes éramos capaces, ¿por qué ahora no? La respuesta la lleva consigo la complejidad del fútbol, que posee leyes que escapan a la ciencia y gracias a las cuales es el deporte más apasionante del planeta. No siempre gana el mejor y a partir de ahí todo es posible, como que el mismo equipo con los mismos jugadores pase de estar tranquilo en la zona media de la tabla a completar la peor racha de la historia del club: un punto de 27 posibles, cinco derrotas consecutivas, colista a cinco puntos de la permanencia y el más goleado. Y lo peor de todo, sin señales de vida.
Una espiral que arrasa con todo y que lleva a los jugadores a no confiar en nada. Estoy convencido de que la mayoría de ellos desean salir cuanto antes de esta situación, pero no pueden. Incluso he visto a algún jugador derramar alguna que otra lágrima sumido en la impotencia. Es una cuestión mental, un querer y no poder, y por ese mismo motivo hay que cambiar algo y ese algo apunta al entrenador.
Los cambios de técnico nunca pueden ser la consecuencia directa de una mala racha de resultados, deben producirse porque su mensaje ya no cala en el vestuario, porque sus futbolistas han perdido la confianza en su persona y porque la situación le ha superado. Tienen que darse cuando ya no se tiene nada que perder, cuando ese cambio no garantiza el éxito pero el no hacerlo supone una muerte segura.
Y eso mismo sucede con Aguirre. Está claro que no es ni el único ni el máximo culpable, pero que a nadie se le escape su dosis de responsabilidad. Nunca se puede señalar públicamente a uno de tus jugadores, mucho menos a los más débiles y muchísimo menos para defender a tus protegidos, Juárez y Barrera, que lejos de darte la razón, no hacen más que ponerte en evidencia partido tras partido. Fue él quien los trajo, ocupó las dos plazas de extra comunitarios que quedaban por cubrir y los sigue poniendo en el once a pesar de que hasta el más ciego del lugar se ha dado cuenta de que no tienen nivel para jugar en Primera. Su fe ciega en sus compatriotas le ha cegado completamente. Ha pedido el control y lo mejor que podría hacer es dimitir.
Por supuesto que Aguirre está en todo su derecho de quedarse y seguir con el famoso discurso que se da en estos casos: “Me siento con fuerzas, me siento capaz y creo firmemente en cambiar esta situación. No soy un cobarde y no voy a abandonar el barco”. Pero a veces el cobarde es el que no quiere asumir su responsabilidad, por lo que si se queda, lo único que le pido es que al menos no se esconda detrás de una falsa valentía y de un sentimiento zaragocista que no es tal.
Y llegado a este punto, como me da la impresión de que Aguirre no seguirá el mismo camino que Laudrup y Cúper, uno ya no sabe que prefiere, si quedar eliminados de la Copa o continuar en nuestra competición favorita. Por un lado, ser zaragocista y renunciar al torneo que más gloria nos ha dado es como ser cura y renunciar a la Iglesia, pero por otro, si pasamos de ronda, ¿alguien cree que este equipo es capaz de imitar las hazañas de sus predecesores? ¿Acaso alguien confía siquiera en que podamos eliminar a un equipo de Primera? ¿No sería mejor centrarnos en la Liga? ¿No sería mejor caer para que si se va a destituir al entrenador se haga justo ahora que hay un parón y más tiempo para trabajar?
Un dilema que no es nada si lo comparamos con el problema que tenemos al frente del club, un cáncer llamado Agapito Iglesias que ahora dice no ir a los partidos por el bien del equipo. La última getada de un individuo que con sus locuras y cambios de padecer es la verdadera enfermedad del Real Zaragoza, que se extiende sin remedio provocando el fallo múltiple de todos nuestros órganos. Nuestro prestigio institucional y deportivo están a punto de colapsarse y la economía ha necesitado una cirugía a vida o muerte en forma de Ley Concursal. Seguimos vivos, pero continuamos en la UCI, con respiración asistida y los médicos sólo tienen malas noticias: el tumor sigue creciendo y por ahora no hay nada que se pueda hacer para extirparlo.
Sólo queda refugiarse en la familia zaragocista, pero la desidia y la impotencia se han instalado en la afición. Casi todas las semanas pasa algo y ya nada nos sorprende. La gente se queja y suplica de forma individual, en los bares o en sus casas, pero llega la hora de la verdad en La Romareda y ese sentimiento de disconformidad no se expresa lo suficientemente alto. Todos nosotros debemos darnos cuenta de que ha llegado el momento de dejar de rezar como si de un velatorio se tratara y actuar porque mientras haya vida, hay esperanza.
Zapater dijo que el Real Zaragoza sería lo que quisiera su afición. Grabemos a fuego esa frase en nuestra memoria y unámonos a esas personas que ya alzan su voz en cada partido y esperan a la salida de palco de forma pacífica para manifestar su malestar al soriano aun a sabiendas de que éste saldrá por la puerta de atrás. Y al mismo tiempo, con nuestro aliento, hacerles ver a nuestros jugadores que seguimos vivos, que hay que luchar, que tienen nuestro apoyo y que todos juntos podemos. Pero hay que hacerlo ya. Que nadie espere al séptimo de caballería porque no existe. La salvación del club únicamente depende de nosotros, de la afición, de los que siempre llevaremos al Zaragoza en nuestro corazón estemos donde estemos. No nos rindamos. Todos a una. Es cuestión de fe. El paciente está en estado crítico y agoniza, pero la esperanza en lo último que se pierde. Y Zaragoza nunca se rinde.
Así describió Deia el partido del Zaragoza en San Mamés, un reflejo de cómo nos ve en estos momentos el fútbol español: “El cadavérico Zaragoza, un conjunto devastado, un zombie, una calamidad de punta a punta, un libreto sin intención de discutir nada que oliera a fútbol. La muchachada de Bielsa sobresalía varios cuerpos sobre el Zaragoza, que no emitía señales de vida, postrado como estaba en las catacumbas, sin más horizonte que el de sostenerse en la cueva”.
Razón no les falta. Lo que hace unos años me hubiera indignado hasta la saciedad (yo tengo todo el derecho del mundo a criticar a mi equipo pero que los de fuera ni se lo planteen), ahora lo asumo porque es la realidad pura y dura. Siempre me sentiré orgulloso de ser zaragocista y de su historia, que nadie dude de ello, pero es imposible no sentir vergüenza jornada tras jornada porque este equipo no deja de ser una caricatura de lo que éramos, tanto en lo futbolístico como en lo institucional.
El Real Zaragoza es un enfermo en estado crítico que ha dejado de luchar por su vida de forma inconsciente. Ya no se trata de falta de calidad o de tener una de las peores plantillas de la historia del club, sino de que no hay nada a lo que agarrarse. Uno ve al resto de equipos, como por ejemplo el Racing, y se da cuenta de que son muy malos pero no se dan por vencidos. Aunque sea durante cinco minutos, agobian al rival y llegan al área contraria. El Zaragoza no lo hace ni jugando con uno más.
Roberto insta a sus compañeros a que se pongan los vídeos de los partidos contra el Espanyol, el Villarreal o la Real Sociedad para que se den cuenta de que son capaces de ganar partidos y no ser meros zombies que deambulan por el campo. El típico si antes éramos capaces, ¿por qué ahora no? La respuesta la lleva consigo la complejidad del fútbol, que posee leyes que escapan a la ciencia y gracias a las cuales es el deporte más apasionante del planeta. No siempre gana el mejor y a partir de ahí todo es posible, como que el mismo equipo con los mismos jugadores pase de estar tranquilo en la zona media de la tabla a completar la peor racha de la historia del club: un punto de 27 posibles, cinco derrotas consecutivas, colista a cinco puntos de la permanencia y el más goleado. Y lo peor de todo, sin señales de vida.
Una espiral que arrasa con todo y que lleva a los jugadores a no confiar en nada. Estoy convencido de que la mayoría de ellos desean salir cuanto antes de esta situación, pero no pueden. Incluso he visto a algún jugador derramar alguna que otra lágrima sumido en la impotencia. Es una cuestión mental, un querer y no poder, y por ese mismo motivo hay que cambiar algo y ese algo apunta al entrenador.
Los cambios de técnico nunca pueden ser la consecuencia directa de una mala racha de resultados, deben producirse porque su mensaje ya no cala en el vestuario, porque sus futbolistas han perdido la confianza en su persona y porque la situación le ha superado. Tienen que darse cuando ya no se tiene nada que perder, cuando ese cambio no garantiza el éxito pero el no hacerlo supone una muerte segura.
Y eso mismo sucede con Aguirre. Está claro que no es ni el único ni el máximo culpable, pero que a nadie se le escape su dosis de responsabilidad. Nunca se puede señalar públicamente a uno de tus jugadores, mucho menos a los más débiles y muchísimo menos para defender a tus protegidos, Juárez y Barrera, que lejos de darte la razón, no hacen más que ponerte en evidencia partido tras partido. Fue él quien los trajo, ocupó las dos plazas de extra comunitarios que quedaban por cubrir y los sigue poniendo en el once a pesar de que hasta el más ciego del lugar se ha dado cuenta de que no tienen nivel para jugar en Primera. Su fe ciega en sus compatriotas le ha cegado completamente. Ha pedido el control y lo mejor que podría hacer es dimitir.
Por supuesto que Aguirre está en todo su derecho de quedarse y seguir con el famoso discurso que se da en estos casos: “Me siento con fuerzas, me siento capaz y creo firmemente en cambiar esta situación. No soy un cobarde y no voy a abandonar el barco”. Pero a veces el cobarde es el que no quiere asumir su responsabilidad, por lo que si se queda, lo único que le pido es que al menos no se esconda detrás de una falsa valentía y de un sentimiento zaragocista que no es tal.
Y llegado a este punto, como me da la impresión de que Aguirre no seguirá el mismo camino que Laudrup y Cúper, uno ya no sabe que prefiere, si quedar eliminados de la Copa o continuar en nuestra competición favorita. Por un lado, ser zaragocista y renunciar al torneo que más gloria nos ha dado es como ser cura y renunciar a la Iglesia, pero por otro, si pasamos de ronda, ¿alguien cree que este equipo es capaz de imitar las hazañas de sus predecesores? ¿Acaso alguien confía siquiera en que podamos eliminar a un equipo de Primera? ¿No sería mejor centrarnos en la Liga? ¿No sería mejor caer para que si se va a destituir al entrenador se haga justo ahora que hay un parón y más tiempo para trabajar?
Un dilema que no es nada si lo comparamos con el problema que tenemos al frente del club, un cáncer llamado Agapito Iglesias que ahora dice no ir a los partidos por el bien del equipo. La última getada de un individuo que con sus locuras y cambios de padecer es la verdadera enfermedad del Real Zaragoza, que se extiende sin remedio provocando el fallo múltiple de todos nuestros órganos. Nuestro prestigio institucional y deportivo están a punto de colapsarse y la economía ha necesitado una cirugía a vida o muerte en forma de Ley Concursal. Seguimos vivos, pero continuamos en la UCI, con respiración asistida y los médicos sólo tienen malas noticias: el tumor sigue creciendo y por ahora no hay nada que se pueda hacer para extirparlo.
Sólo queda refugiarse en la familia zaragocista, pero la desidia y la impotencia se han instalado en la afición. Casi todas las semanas pasa algo y ya nada nos sorprende. La gente se queja y suplica de forma individual, en los bares o en sus casas, pero llega la hora de la verdad en La Romareda y ese sentimiento de disconformidad no se expresa lo suficientemente alto. Todos nosotros debemos darnos cuenta de que ha llegado el momento de dejar de rezar como si de un velatorio se tratara y actuar porque mientras haya vida, hay esperanza.
Zapater dijo que el Real Zaragoza sería lo que quisiera su afición. Grabemos a fuego esa frase en nuestra memoria y unámonos a esas personas que ya alzan su voz en cada partido y esperan a la salida de palco de forma pacífica para manifestar su malestar al soriano aun a sabiendas de que éste saldrá por la puerta de atrás. Y al mismo tiempo, con nuestro aliento, hacerles ver a nuestros jugadores que seguimos vivos, que hay que luchar, que tienen nuestro apoyo y que todos juntos podemos. Pero hay que hacerlo ya. Que nadie espere al séptimo de caballería porque no existe. La salvación del club únicamente depende de nosotros, de la afición, de los que siempre llevaremos al Zaragoza en nuestro corazón estemos donde estemos. No nos rindamos. Todos a una. Es cuestión de fe. El paciente está en estado crítico y agoniza, pero la esperanza en lo último que se pierde. Y Zaragoza nunca se rinde.