Un sueño. Así ha definido Abraham todo lo que ha vivido hoy en La Romareda: victoria sufrida, en el último segundo y gracias a un gol suyo. Un tanto que permite soñar al zaragocismo con el milagro de todos los milagros. Es difícil, muy difícil, pero la esperanza en lo último que se pierde y ya saben el dicho: Zaragoza nunca se rinde. Va en los genes de un club al que un indeseable se empeña en destruir. Y a pesar de haber hecho mucho daño en muy poco tiempo, estoy seguro de que no lo conseguirá mientras sigamos alzándonos por un futuro mejor, mientras sigamos teniendo presente nuestra historia y luchemos por recuperarla. Agapito será el propietario en los papeles, pero nunca en el sentimiento. Sus ‘proezas’ le han llevado a ser el enemigo eterno del zaragocismo. Sentimos vergüenza de él, tanta como la que sintió Manolo Jiménez tras el partido de Málaga, un señor que declarándose sevillista ha demostrado tener más respeto por el Real Zaragoza en dos meses que el soriano en cinco años y pico. Es el clavo ardiendo al que se agarran jugadores y afición, la dignidad dentro de la mediocridad, la motivación que impide bajar los brazos y obliga a luchar hasta el final en busca, como hoy, de un estallido de rabia, una explosión de alegría, un grito de esperanza. Pero que el ruido no te haga despertar, Abraham. Necesitamos que sigas soñando por todos nosotros, por aquellos que desde hace cinco años estamos instalados en una pesadilla cada día más oscura y sombría.
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