Hace dos meses el Real Zaragoza se encontraba a doce puntos de la permanencia, una distancia que aumentó hasta los quince cuando el Villarreal se adelantó un domingo por la mañana en La Romareda. Parecía el fin, la crónica de una muerte anunciada, pero lo que no sabían ni los mejores guionistas de Hollywood es que Zaragoza nunca se rinde. Luis García puso el empate en el 86' y Abraham llevó el delirio a la grada en el último segundo. Fue el comienzo de un sueño que ayer se hizo realidad. El sueño de un equipo épico que es capaz de ganar la Recopa con un gol desde el centro del campo en el último minuto de la prórroga o lograr la permanencia protagonizando la remontada más espectacular de la historia de la Liga.
Desde entonces, millones de imágenes me vienen a la cabeza: la victoria en Valencia con nueve jugadores, el gol de penalti de Apoño frente al Atlético o el 'Sí se puede' de toda La Romareda tras perder contra el Barcelona. Pero las dos principales tienen a Lafita como protagonista, héroe frente al Sporting y el Racing. Contra los asturianos viví el encuentro junto a muchos de mis amigos en plena celebración por mi cumpleaños. Ver a Edu o Joaquín gritar el gol como si fueran zaragocistas de toda la vida no tiene precio. Frente a los cántabros, prácticamente en la intimidad, sufrí lo que no he sufrido nunca durante un partido de fútbol hasta que nuestro Ángel de la guarda desató la locura en La Romareda y otros campos. Lo justo para depender de nosotros mismos en la última jornada y permitirme vivir lo que he vivido este fin de semana.
Nunca había cubierto la actualidad o un partido oficial del Zaragoza lejos de la capital aragonesa. Todo empezó como un posible viaje como aficionado y terminó siendo un viaje de trabajo. Todo hay que decirlo, el cagómetro empezó a señalar límites insospechados desde el mismo momento en el que me subí al autobús. Tiempo para una comida y a Alcorcón, a presenciar los veinte primeros minutos del entrenamiento de los hombres de Manolo Jiménez (que cojones tienes). Allí se dieron cita quince aficionados, uno de los cuales era un extremeño sin ninguna vinculación a Zaragoza y que se hizo blanquillo en el momento en el que vio jugar a Los Magníficos. Uno se enorgullece y se emociona escuchando estas historias.
Tras una noche algo movidita, turno para ir a Getafe y descubrir que hay aparcados unos cien autobuses. Me adentro en las carpas y ya se respira zaragocismo por los cuatro costados, hasta de algún seguidor del Getafe, ofreciendo sus abonos y deseando que el Zaragoza se quedara en Primera. Turno para que el cantante nombre a los jugadores: Lanzao, Jelder Postiga, Pablo Silva, Dumbovic y Herrera son los fichajes de última hora. Nadie se lo tiene en cuenta y el famoso 'Sí se puede' da paso a otra serie de cánticos y el himno, un himno que gana en sentimiento cuando surge de la espontaneidad.
Quiero destacar que todo Getafe se volcó con la gente de Zaragoza, desde los hosteleros a los ciudadanos de a pie, pasando por los empleados del Coliseum Alfonso Pérez. Pero cafres hay en todos los sitios y uno de ellos asomó la patita cuando Luis y un servidor nos dirigíamos al estadio. No se le ocurrió otra cosa que lanzar lejía desde su ventana a los zaragocistas que pasaban por la calle, niños pequeños incluidos. Un acto de vandalismo propio del mayor de los cobardes.
En ese trayecto pudimos observar una réplica de la Virgen del Pilar con el manto del Real Zaragoza, un Obama de cartón con la bufanda del 'Sí se puede' y un sinfín de zaragocistas que se reunían en torno al estadio para recibir a su equipo, que llegó con un mensaje de agradecimiento a una afición que ha demostrado muchas cosas: fidelidad a unos colores, orgullo aragonés, una fe ciega hasta en los peores momentos y una respuesta descomunal cada vez que el equipo la ha necesitado. Sólo por esos 14.000 zaragocistas que se desplazaron a Getafe y todos aquellos que se quedaron sufriendo en la capital aragonesa, el Real Zaragoza merecía permanecer una temporada más en Primera División, lugar que le corresponde por historia y ciudad.
Y llegó el pitido inicial. A los nervios propios del fútbol yo añadí toda la tensión que sufrí por el hecho de que ni los móviles ni internet funcionaban como es debido, dejándome incomunicado y con un bajo porcentaje de posibilidades de poder enviar mis artículos. Finalmente lo logré, al igual que el Zaragoza también consiguió sellar una permanencia que hace dos meses parecía imposible. Dos meses que culminaron con alguna que otra lágrima de emoción y un abrazo con Manolo Jiménez que nunca olvidaré. Gracias por lo que has hecho, por tu sinceridad, por no vender humo, por tus cojones y por diseñar un camino que los jugadores siguieron para sobrevivir. Y que nadie se olvide, la guinda la pondría Agapito Iglesias anunciando su tan deseada salida de un club que es grande hasta en sus peores momentos.
Al no recibir noticias tuyas pensabamos que te había dado algo, se nos hacía muy raro...jajajaja
ResponderEliminarA ver si la temporada que viene no nos dan estos sustos!