Anoche el CAI Zaragoza regresó a la ACB, un objetivo que estaba obligado a conseguir sí o sí por presupuesto, historia y plantilla. Eso no quita que sea un motivo de alegría para toda la afición, la ciudad y todo Aragón. Y he de reconocerlo, también para mí. En primer lugar por mi trabajo. A mí me toca seguir la actualidad de este equipo semana tras semana y creo que no hace falta decir que prefiero mil veces seguirla en la ACB que en la LEB, mucho más después de saborear las mieles de la máxima categoría la pasada temporada.
Las razones no sólo radican en el nivel de juego, con mejores equipos y mejores jugadores. También en la dinámica de trabajo: hacer la previa y la crónica de todas las jornadas de un equipo que está muy por encima del resto, agota. Es contar una y otra vez lo mismo, a veces con sólo tres días de diferencia. En cambio, en la ACB, sólo debo cubrir los partidos de casa gracias al resto de las delegaciones, que sí que tienen la obligación de ofrecer la máxima categoría a sus lectores, no como en la Adecco Oro. Además, el conocimiento y la información acerca del resto de equipos y sus jugadores es mucho mayor en la ACB, haciendo el trabajo de un servidor mucho más sencillo.
La cosa no queda ahí. No puedo decir que los jugadores del CAI sean amigos míos porque eso sería mentir, pero sí que existe una relación laboral, aunque ésta se reduzca a un par de entrevistas o reportajes y a las ruedas de prensa o presentaciones. A más de uno lo aprecio como jugador y profesional, además de haberme caído bien cuando he tratado con él. Siempre han sido muy correctos conmigo y por tanto yo me alegro mucho por ellos, en especial por Lescano, Quinteros y Phillip, que son los que más tiempo llevan en el club aragonés. Los tres decidieron quedarse tras el descenso y merecían que la ACB les diera una nueva oportunidad.
Además, este club me ha permitido vivir dos ascensos, un descenso y varias decepciones, pero posiblemente la experiencia más extraña tuvo lugar el domingo pasado. El CAI llegó a la estación del AVE justo cuando comenzaba el último cuarto del partido del Melilla. Si estos perdían, los aragoneses lograban el ascenso de forma matemática. Ante esta posibilidad, los jugadores, el cuerpo técnico, gente del club y los periodistas que estábamos ahí presentes nos encerramos en un cuarto para seguir los últimos minutos de aquel encuentro. Uno está acostumbrado a ver los éxitos y los fracasos de los deportistas desde la lejanía, aunque probablemente más cerca que el resto de la gente, pero el domingo estábamos en la misma habitación. Daba la sensación de que uno formaba parte de aquello. Puede que sea así o puede que no, pero lo que sí que es verdad es que esta experiencia y las anteriormente citadas me han servido para formarme como profesional. Y encima he tenido la suerte de hacerlo con el equipo de mi tierra, por lo que el ascenso supone una doble alegría: como aficionado y como periodista.
Las razones no sólo radican en el nivel de juego, con mejores equipos y mejores jugadores. También en la dinámica de trabajo: hacer la previa y la crónica de todas las jornadas de un equipo que está muy por encima del resto, agota. Es contar una y otra vez lo mismo, a veces con sólo tres días de diferencia. En cambio, en la ACB, sólo debo cubrir los partidos de casa gracias al resto de las delegaciones, que sí que tienen la obligación de ofrecer la máxima categoría a sus lectores, no como en la Adecco Oro. Además, el conocimiento y la información acerca del resto de equipos y sus jugadores es mucho mayor en la ACB, haciendo el trabajo de un servidor mucho más sencillo.
La cosa no queda ahí. No puedo decir que los jugadores del CAI sean amigos míos porque eso sería mentir, pero sí que existe una relación laboral, aunque ésta se reduzca a un par de entrevistas o reportajes y a las ruedas de prensa o presentaciones. A más de uno lo aprecio como jugador y profesional, además de haberme caído bien cuando he tratado con él. Siempre han sido muy correctos conmigo y por tanto yo me alegro mucho por ellos, en especial por Lescano, Quinteros y Phillip, que son los que más tiempo llevan en el club aragonés. Los tres decidieron quedarse tras el descenso y merecían que la ACB les diera una nueva oportunidad.
Además, este club me ha permitido vivir dos ascensos, un descenso y varias decepciones, pero posiblemente la experiencia más extraña tuvo lugar el domingo pasado. El CAI llegó a la estación del AVE justo cuando comenzaba el último cuarto del partido del Melilla. Si estos perdían, los aragoneses lograban el ascenso de forma matemática. Ante esta posibilidad, los jugadores, el cuerpo técnico, gente del club y los periodistas que estábamos ahí presentes nos encerramos en un cuarto para seguir los últimos minutos de aquel encuentro. Uno está acostumbrado a ver los éxitos y los fracasos de los deportistas desde la lejanía, aunque probablemente más cerca que el resto de la gente, pero el domingo estábamos en la misma habitación. Daba la sensación de que uno formaba parte de aquello. Puede que sea así o puede que no, pero lo que sí que es verdad es que esta experiencia y las anteriormente citadas me han servido para formarme como profesional. Y encima he tenido la suerte de hacerlo con el equipo de mi tierra, por lo que el ascenso supone una doble alegría: como aficionado y como periodista.
P.D.- En cuanto a la fiesta del ascenso... ¡Secreto de sumario!
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