En casa del enemigo

Minutos después de entrevistar a Aguinagalde.
El Mundial de Balonmano ya ha alcanzado las semifinales y ha abandonado Zaragoza. En estos últimos cuatro días, además de vibrar con nuestra selección, todos aquellos que hemos acudido al Príncipe Felipe hemos podido disfrutar de la Dinamarca de Landis y Mikkel Hansen, la Croacia de Alilovic y Duvnjak o la Francia de Karabatic y Jérôme Fernandez. Una auténtica fiesta de este deporte que vivió ayer su gran día: el pabellón, con más de 10.000 espectadores, lleno hasta la bandera para celebrar la clasificación de España para semifinales, en las que se medirá en el Palau Sant Jordi a Eslovenia —el gran peligro es Mackovsek—. Croacia y Dinamarca también se enfrentarán entre sí en busca de la final del próximo domingo.


Como ya advertí al comienzo del Mundial, mi labor periodística dependería en gran medida de los partidos de España en Zaragoza. Dicho y hecho. Durante los días de partido he tenido el honor de entrevistar a jugadores como Aguinagalde, Maqueda, Víctor Tomás, Guardiola, Sierra o Sarmiento en la zona mixta, además de hacer la crónica del Francia-Croacia de cuartos de final, todo un partidazo entre dos de las grandes potencias del balonmano.



Pero quizás el día que más jeta le eché fue el martes. No había partidos, así que el objetivo era conseguir declaraciones de ambos equipos. En el Príncipe Felipe no hubo ningún problema para entrevistar al seleccionador y los jugadores españoles; lo más complicado fue lograr las palabras de algún alemán. Con esa intención nos desplazamos al hotel donde estaban hospedadas todas las selecciones. Por supuesto, nos volvimos a encontrar a nuestros jugadores, a los que les aclaré, más concretamente a Maqueda, que estábamos ahí para entrevistar al enemigo.

Desconociendo por completo el rostro y el nombre de los germanos, el fotógrafo y un servidor decidimos preguntar a la recepcionista, que contactó inmediatamente con la responsable del Mundial en el hotel. Ésta nos dijo que los jugadores alemanes tenían libre hasta las cuatro de la tarde. Por tanto, debíamos esperar al menos una hora. Fue entonces cuando decidí darme una vuelta por el hall y descubrí a un chaval joven con pinta de alemán tomándose un café con un amigo.

Saqué mi móvil, me metí en la web del Mundial y busqué en el apartado de Alemania. No había duda, aquel desconocido era el pivote Patrick Wiencek. Me acerqué a él, me aseguré de que no estaba en un error y le pregunté si le importaba concederme una entrevista. Él se mostró un poco reacio a hacerla en inglés, pero, por suerte, su amigo sabía español y alemán e hizo de traductor. Por tanto, Wiencek, al que siempre estaré agradecido, me atendió con amabilidad cuando no estaba obligado a ello —algo impensable en el hotel de concentración de un equipo de fútbol sin cita previa— y conseguí las declaraciones que necesitaba. Poco después, al llegar a la redacción, me llamaron de Madrid para que escribiera un Yo digo sobre el ambiente:

De la final de la EHF al Mundial

No es la primera vez que el Príncipe Felipe se vuelca con el balonmano. Ya ocurrió en 2007, cuando el CAI Aragón alcanzó la final de la Copa EHF contra el Magdeburgo y su afición tiñó de naranja las gradas del pabellón zaragozano. En aquel equipo se encontraba uno de los protagonistas de esta tarde, el extremo Valero Rivera, que recordó para AS aquella experiencia: "Jugamos con 11.000 personas apoyándonos y siempre es un placer volver a Zaragoza".

Ahora, cinco años y medio después, el Príncipe Felipe vuelve a vibrar con este deporte, aunque en esta ocasión para apoyar a España y a los suyos, como el seleccionador zaragozano Valero Rivera o Jorge Maqueda, ídolo de la afición del Caja3 tras jugar tres temporadas en el equipo aragonés. Zaragoza ya demostró el pasado lunes que siempre está a la altura de las circunstancias, creando una atmósfera que todos los jugadores elogiaron al finalizar el partido. Hoy no será una excepción y el Príncipe Felipe se llenará hasta la bandera para vivir una cita histórica.



Por otra parte, el hecho de vivir los partidos justo detrás de uno de los banquillos me lleva a la siguiente conclusión: no me gustaría nada tener un entrenador balcánico o de la antigua Unión Soviética. Sus miradas matan, sus gestos intimidan y sus broncas están en muchas ocasiones fuera de lugar, como la que le dedicó el técnico croata a su portero suplente por no parar... ¡un siete metros! Por supuesto, tras presenciar los dos partidos de España, me reafirmo en la idea de que el momento de los himnos es uno de los mayores espectáculos en los torneos internacionales.


También me he dado cuenta de que los miembros de la IHF deben justificar sus comilonas, sus juergas y su buena vida durante el Mundial haciendo la vida imposible a los banquillos. Si no, que le pregunten a Rocas, que vio la tarjeta amarilla en octavos tras un chivatazo de la mesa por el simple hecho de pedir el apoyo del público y más intensidad defensiva a sus compañeros, o a todos aquellos a los que se les ha llamado la atención por celebrar un gol importante. Esperemos que el próximo domingo esos mismos miembros de la IHF tengan que poner paz en el banquillo español como consecuencia de esas manifestaciones de alegría que parecen no entender.

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